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13 de marzo de 2013

COMPILACIÓN DE IMÁGENES: PERSONAJES STREETART IN GERMANY (ONE SESSION)

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Selección de imágenes representativas -de mis emociones y modo de entender la vida- de algunos de los muros que sigo con gran detenimiento:


4 de marzo de 2013

VICENTE PÉREZ MELIÁN - EL MAESTRO DE VALLE DE GUERRA!


Vicente Pérez Melián forma parte de una generación de fotógrafos ambulantes que popularizó el retrato familiar y las escenas cotidianas de la vida rural isleña. Al principio a pie, calzando unas humildes alpargatas, con una sencilla cámara de cajón e iluminando a los retratados a fogonazos.



VALLE DE GUERRA [Fogonazos de magnesio]


Vicente nació el 19 de julio de 1924 en una familia campesina. “De pequeño iba a cuidar las cabras, a sembrar tomateros y alternando con eso, la escuela de primera enseñanza”, recuerda. Su padre falleció en 1937 y su hermano mayor fue llamado a filas en 1938, en plena guerra civil, así que tuvo que “pedir trabajo en las obras donde se trabajaba, en estanques que se construían, fincas que se empezaron a roturar en aquella época”. Nada hacía presagiar que la profesión de su vida iba a ser la de fotógrafo, pero un cúmulo de circunstancias lo llevó a ese destino sin que él se lo propusiera.

En 1945 es él quien ingresa en el servicio militar: enseguida enferma de tuberculosis pero le dicen que “no tenía nada”. Destinado primero a Gran Canaria, lo trasladan después a Tenerife. “Viniendo en el barco me dio una hemoptisis: empecé a arrojar sangre por la boca, a borbotones. Un compañero me puso una inyección y se me quitó. Llegamos a Santa Cruz de Tenerife y al sargento que venía con nosotros no se le ocurrió dar parte, sino que allí, con la maleta al hombro, caminando por Santa Cruz, a coger una camioneta del Ejército para llevarnos a Hoya Fría”.


Al sanatorio



La historia de sus vivencias en el cuartel arrastrando la enfermedad es larga, hasta que consiguió que lo declararan “inútil total”, fórmula que el Ejército empleaba para designar a quien no estaba en condiciones de prestar el servicio militar. Tuvo que ingresar en un sanatorio en Ofra, ¡después de seis meses de espera! porque le pedían la tarjeta de racionamiento y resulta que el documento se había quedado en Las Palmas y no aparecía. En 1949, al cabo de tres años en el sanatorio y varias operaciones, recibió el alta. Pensó a qué dedicarse, “cavar no podía”, dice, y como había aprendido a poner inyecciones regresó a su pueblo y se dedicó a eso. Pero traía consigo una cámara fotográfica de cajón que había comprado a un amigo. “Era una Kodak canadiense de foco fijo y me dediqué también a hacer fotos, y entre una cosa y la otra iba escapando”.

Pronto, al ver que le iba mejor con las fotos que con las inyecciones, se convirtió en fotógrafo hasta su jubilación en 1991. Su primera cámara la había sustituído a los pocos meses. “Me enteré de un señor de Valle Guerra que había estado en la guerra civil y que fue a desfilar a Roma cuando terminó y allí compró una de fuelle, de seis por nueve. Me la prestó y con esa estuve haciendo trabajos hasta que compré una Kodak de paso universal de 135 mm. Y después de eso compré montones de máquinas”.



Mecha y explosión


Empezó a caminar con la cámara en la mano, yendo por las fiestas de los pueblos: el Rosario, San Bartolomé en Tejina, el Gran Poder en Bajamar, San Mateo en La Punta. Iba a las romerías, que empezaban en aquellos tiempos; también empezó a popularizarse el retrato de los novios el día de la boda: “Se hacían con los polvitos de magnesio, peligroso como él solo, que tampoco eran muy eficaces”, ríe al recordarlo: “Tiene un manguito de madera y arriba una cazuelita de metal abierta por un lado y por otro un agujerito, y se le pone una mechita por detrás. Se le pone una cucharadita pequeña de magnesio, se le pega fuego* a la mecha y larga el fogonazo. Cada vez que explotaba, todas las escorias me caían en la cabeza”. 

Las bodas de aquella época las describe muy sencillas. “Generalmente eran por la noche, después regresaban a la casa paterna de la novia. Se sentaban todos dentro de un salón o de las habitaciones, salían a repartir ella los dulces y él la copa, después le tocaba a los padrinos, después al padre y así. Del 55 en adelante se empezó a celebrar en casas de comidas. En algunas bodas me decían: ‘Mire, no haga más que tres’, porque no había perras para nada. Y hacer las tres fotos, llevar las fotografías y no cobrarlas”.



“Fuego y al carajo”


Como fotógrafo ambulante recorría la costa de Valle Guerra un día a la semana, otro iba por Tejina y Bajamar, al siguiente iba hasta La Punta. “Y en todos esos campos estaban trabajando o roturando. Luego, el jueves y viernes en el laboratorio de mi compañero Linares hacía las fotos y el sábado iba a llevarlas, que era cuando cobraban: dos pesetas una foto”.Acostumbraba colgar los rollos de negativos, enteros, de “una verga porque no había el sistema de archivo que hay hoy”. Sin orden ni fecha hasta que alguien, al cabo de unos meses le pedía una “foto de aquellas que me hiciste”. Buscaba entre miles de negativos “y cuando ya llevaba media hora y no la encontraba, cogía todo junto y ¡fssh!: fuego y al carajo”. Su primera exposición “fue un pequeño éxito en aquella época. Hice más y aquello impactaba en la gente, se emocionaba, lloraba. De la lucha canaria hice muchas; y de las roturaciones en las fincas, la gente con las mandarrias*, abriendo barrenos, cargando cestas con las piedras, sacando la tierra en las cestas pedreras, sorribando* con el pico y la azada”.


Primero a pie, después en moto


Sus primeros años como fotógrafo, Vicente Pérez Melián recorría el extremo norte de la isla a pie, visitando fincas y pueblos desde su casa en Valle Guerra. Hasta que pudo comprar una moto en 1954. “Estaba yo precisamente en La Palma para la boda de mi prima y el que mandó buscar la moto a Londres me llamó por teléfono para decirme que ya estaba aquí, una BSA que en Las Palmas se vendían mucho, pero en Tenerife había muy pocas y muy caras, unas 18.000 pesetas en aquella época, y a mí me la trajeron por 10.000 pesetas. La pagué a plazos, naturalmente”, relata.La moto, además, le servía para algo más que desplazarse. “Los primeros flashes electrónicos a cada momento se estropeaban. Una noche estaba haciendo unas fotos de una boda en Tejina y no se disparaba el flash, volvía a disparar y nada, ya la gente empezaba a reírse, y a la tercera vez era el acabose. Entonces digo ‘esperen un momento’: salí y puse a cargar el flash en la batería de la moto”.


www.pellagofio.com
Yuri Millares