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25 de febrero de 2013

REFLEXIÓN: EDUCAR & ADIESTRAR


He tardado cinco años en escolarizar a mis hijos y lo he hecho con la boca pequeña.
Soy madre y soy psicóloga y sí, lo reconozco, no creo en nuestro sistema educativo. No solo pienso que es obsoleto, caduco, paradigma de mediocridad, que atenta contra la creatividad y la esencia de cada niño para someterle a la media, a lo que debe ser, a lo que debe hacer.  

Que no tiene ningún sentido encajar veintiocho almas dentro de cuatro paredes para enseñarles cómo es el mundo a través de unas fichas estructuradas, iguales, cerradas. 

Que las hojas de los árboles se tocan, se huelen, se pisan, se rompen, se vuelan. No se pintan sin salirse de la raya.
Que la autonomía no consiste en saber abrocharse la chaqueta, sino en ser capaz de tomar decisiones y asumir sus consecuencias.
Que la vida no se aprende quieto en una silla recibiendo datos, tragando información irrelevante, sino que es puro movimiento, danza inquieta, energía pura devorada por la curiosidad.
Que es mejor el barro que la plastilina, la arena de la playa que la arcilla, pintar con las manos y con los pies y con el cuerpo que ser “reprendido” porque te saliste del dibujo.
Recibo constantemente la indicación de que Nicolás, mi hijo mayor, no sabe pintar. Se sale, no usa los colores, realmente hace un trabajo penoso. Le pregunto porqué. Su respuesta es simple y definitiva: “me aburre”.
Que el papel de los educadores debería ser el de meros facilitadores capaces de potenciar lo que cada niño lleva dentro, en lugar de aniquilarlo para reducirlos a todos a un mismo y mediocre lugar común.
Que las medallas y los premios al esfuerzo no son de plástico, sino de percepción de logro y autoestima sana.
Que los castigos están fuera de cualquier planteamiento pedagógico que aspira a construir, que antes no es mejor, que mucho no siempre es bueno, que un patio de cemento con más de cien niños escasamente vigilados no es precisamente el ideal de socialización,  que el exceso de normas y de actividades estructuradas anula la iniciativa, la curiosidad y abre paso a un peligroso aburrimiento provocado por la costumbre de que te digan siempre y desde fuera lo que hay que hacer, cómo y cuando.
Que es un sistema que adiestra niños para las necesidades de una sociedad dirigida por adultos y por ello y para ello, va anulando desde el principio la capacidad de decidir, de pensar, de descubrir, de cuestionar. Es más útil aprender cuanto antes a respetar la norma, la autoridad. Aunque la norma sea contraproducente, absurda, aleatoria. Aunque la autoridad no se lo merezca, no se lo haya ganado y simplemente goza del título porque tiene más años o más poder.
Se abre entonces una enorme contradicción en mi sistema interno y externo, porque cada día dejo a mis hijos, contra mi voluntad y la suya, en una institución en la que, básicamente, no creo.
Quien me lea se hará la pregunta más obvia: “porqué lo hago entonces”? La respuesta es simple y a la vez un poco vergonzante: no me siento capaz de educarles yo, no encuentro la energía necesaria para ello y tengo miedo también, lo admito. Miedo a salirme tanto del sistema que les convierta en sujetos inadaptados, con escasez de herramientas para sobrevivir en la jungla que es hoy nuestra sociedad.
Y no encuentro alternativas reales. Alternativas equilibradas que sean capaces de respetar, acompañar, facilitar la salida a aquello que ellos lleven dentro, sea lo que fuere, y que a la vez les ayude a convertirse en adultos intelectualmente competentes. No voy a negar que tengo la convicción de que una parte importante de su libertad también pasa por su formación académica, cuando toque.
La información está ahí para quien quiera saber. Desde la teoría del vínculo de apego formulada por Bowly hasta los últimos hallazgos en neuropsicología asumen que lo que forma el cerebro, lo que hace que aumente el tamaño de nuestras neuronas y las conexiones entre ellas no es la ingente cantidad de estímulos recibidos desde fuera, sino la calidad de la relación entre el niño y su principal cuidador. La calidad de esta interacción es la que determinará un desarrollo más o menos saludable. Y, nuestra sociedad mutila esta relación desde temprano, entregando al niño a una institución un número aberrante de horas. Y para acallar nuestras conciencias nos hemos tragado el cuento de la socialización. Pero insisto, la información está ahí, para quien quiera saber.
Durante estos años de parques en soledad, porque nada más estábamos yo, mis hijos y mis perros, de ausencia de planes con niños antes de las seis de la tarde, donde uno siente que desde luego va en una dirección distinta,  me han llovido las tesis doctorales acerca de:
“Los niños, están mejor en la guardería que en casa, porque en casa se aburren y en la guarde están con otros niños”.
“El mundo es así de duro, hay fuertes y hay débiles”: mejor que lo aprendan cuanto antes y formen parte de los fuertes.
“Cuando vayan al cole no van a saber hacer nada de lo que hacen los otros niños”.
“No van a saber relacionarse”.
“Lo van a pasar fatal porque no están acostumbrados”.
“Cuando sean mayores también van a tener que cumplir horarios, respetar a sus superiores y someterse a las normas para ganar dinero”, no hay otra.”
Y otras cuantas tesis doctorales más sobre psicología, educación y antropología, por citar solo algunas especialidades.
Nunca he respondido, pero ahora y por escrito lo voy a hacer.
Los niños no están mejor en la guardería en ningún caso porque las necesidades físicas y emocionales de un menor de tres años tienen que ser satisfechas por su cuidador habitual, preferiblemente su madre o padre, con quien el bebé establece un vínculo de apego y de confianza que como ya he apuntado determinará su evolución. Y hablo de una interacción uno a uno, no uno a diez. En la guardería no existe este tipo de relación. 
Me niego a que mis hijos reproduzcan el patrón de lo que el mundo llama “los fuertes”. Me niego a que sean ellos los que primero insulten, los que compitan por llegar. Quiero que sean los fuertes emocionalmente, los fuertes en autoestima, los fuertes en capacidad de decisión y criterio, los fuertes para decir “no” a un raya de cocaína o un cigarro, los fuertes para buscar su camino, los fuertes en dotar a su vida de sentido. Por tanto, no me interesa que libren batallas que no les tocan, ni por edad, ni porque nada aportan más allá de perpetuar la basura social que nos impregna.
En cuanto a la competencia, no hay que ser psicólogo para saber que lo que a un niño de tres años le cuesta hacer un año, porque no es aún su momento y se le está imponiendo desde fuera, tardará una semana en hacerlo cuando sí esté preparado para ello.  Antes no es mejor. Mucho no siempre en sinónimo de bueno.
El tema de aprender a relacionarse es el que más doctores tiene, proclamando su presuntamente armado discurso. Pues bien, los niños no tienen capacidad para relacionarse con un igual hasta al menos los cinco años. En grupo y antes de esa edad aprenderán a defenderse y a atacar. A quitar un juguete si lo quieren sin importarles que otro niño lo tenga y tratar de imponerles un mínimo sentido de la empatía cae en saco roto porque sencillamente su sistema neurocognitivo no está listo para ello. Basta observar la dinámica de una ludoteca o guardería con niños pequeños: cada uno está a lo suyo, apenas existe interacción y cuando la hay suele ser bastante psicopática. El aprendizaje relacional es en casa, los mimbres de esta cesta los ponen los padres, con su ejemplo, con su palabra, con su cuidado, con su paciencia, ofreciendo un modelo que el niño interiorizará. Y cuando esté listo para ello, lo podrá ofrecer hacia otros.
Y en cuanto a la dificultad de adaptación si los escolarizamos tarde, pues menos mal. Qué suerte que no se adapten y que lo digan. Qué suerte que sean capaces de diferenciar aquello que no les gusta y les resulta aburrido y hostil. Qué suerte que hayan aprendido herramientas para al menos verbalizar lo que necesitan. Por el contrario, creo que van mejor armados de herramientas emocionales para defenderse en un entorno por momentos tan asfixiante.
Y en cuanto a la declaración de sometimiento final sobre que si van a ser individuos grises que lo vayan asumiendo ya, esa directamente me insulta. Los grises quieren ratificarse en sus filas para no llegar a la conclusión de la mierda en la que han convertido sus vidas. Me gustaría poder transmitir a mis hijos que para ganar dinero no es necesario prostituir su alma, que pueden optar por la pasión de hacer aquello que les mueva y les impulse y les haga libres.
Creo firmemente en la influencia amorosa de los padres para combatir los estragos de un sistema tan rígido y también creo en el buen hacer de algunos educadores a los que dicho sistema les aprieta como una faja dos tallas más pequeña y aún así tratan de hacer una labor excelente.
Y para ello es imprescindible ser honestos,  crear una atmósfera de confianza y amor incondicional donde ellos puedan vomitar sus pequeñas heridas cotidianas, donde descargar su frustración sin ser juzgados, donde puedan nutrirse de autoestima, donde aflojemos con la norma y la estructura. Los padres, debemos construir un ecosistema muy oxigenado para que puedan respirar tranquilos, de contención, de flexibilidad. Ofrecer alternativas muy diferentes a su día a día, permitirles descansar y crecer al ritmo que cada uno necesite, sin exigir, sin demandar. Se trata de acompañar, se trata de dejarles fluir, se trata de ponernos en su lugar. Se trata de amar desde el respeto.
Quiero terminar con una frase de un genio, que en mi entender lo era más por su dimensión humana que científica:
“La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado el regalo”. Albert Einstein.

Eduardo Galeano.
Pedagologíablanca.com

5 de febrero de 2013

"PAPERMAN", CORTO DE ANIMACIÓN


DEDICADO A LOS QUE ALGUNA VEZ HAN HECHO UN AVIÓN DE PAPEL ... PARA TI PABLO!

Música: Christophe Beck
Productor: John Lasseter
Productora: Walt Disney Animation
Reparto: Kari Wahlgren
Géneros: Animación, cortometraje